Su sonrisa era un frenesí que no evitaba mirar, pensando en que algún día sería suya. Ella tenía su vida y era feliz, él también la tenía pero fingía felicidad. Una noche se encontraron (no físicamente) y se confesaron sus culpas. Le dijo: quiero amarte, respondió: hazlo. Desde ese momento sus vidas cambiaron, él dejó de fingir, ella conoció el éxtasis que te brinda el desenfreno. Pero todo acabó rápido y se dijeron adiós (no físicamente). Siguió imaginando su sonrisa, solo que ahora ya sabía que las reales serían todas para él. Ella no podía evitar pensarlo cada vez que sonreía y lo hacía cada vez que lo pensaba.
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