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sábado, 10 de diciembre de 2011

Triste soledad


El día que te marchaste me dijiste con el amor cínico y lastimero que te caracterizó en los años que estuviste a mi lado, escribe lo que sientas, eso te ayudará a pasar más fácil el duelo. No te lo niego, escribir me ayudó a exorcizar los demonios que dejaste en mi alma y a reconstruir de a pocos el corazón que hiciste polvo, pero también ayudó a odiarte con todo este amor que aun siento por ti.

Aquí algunas cosas que escribí. Sigues siendo el amor de mi vida, la mujer que más amé en mi triste y frustrada existencia. A tu lado aprendí el significado de levantarme a mitad de la noche a observarte dormir. Confieso que siempre creí que eras más bella dormida. Aun conservo esas fotografías que te tomé sin que te dieras cuenta y son mi gran compañía en esas noches en las que no logro levantar cualquier cosa por ahí.

No logro acostumbrarme a tener sexo con otras mujeres, y son muchas las que han pasado por cada rincón de la casa que abandonaste. Debo pensar en ti para cumplir con mi tarea y fingir placer ante la mirada atónita de aquellas a las que al despedirme debo pagarles por el favor.

Hace mucho que no sonrío con verdaderas ganas. En la oficina me dicen que parezco un viejo de 80 años, que no sonríe porque no quiere sino porque no puede y creo que tienen razón, pues se me acabaron los motivos para estar alegre el día que dijiste: todo fue una mentira, fuiste (yo) el error más grande que cometí. Si todos conocieran mis motivos, tal vez no me criticarían tanto.

Mi vida no volvió a ser igual, ya te habrás dado cuenta y seguro estarás feliz pues otra de tus sentencias fue: serás el hombre más desgraciado del planeta. No sé si le atinaste a la extensión de mi desgracia, pero si adivinaste gran parte de ella.

Pero no logro entender qué faltó o qué sobró. Tuviste todo lo que pude darte y no hablo solo de lo material. Te di mi tiempo, mi incondicionalidad, mi lealtad, mi mente y mi cuerpo. Te di el amor y no solo el de dientes para afuera, también ese que te hace convencerte de que eres capaz de dar tu vida por la otra persona. Nunca te falté, te apoyé cuando lo necesitaste, cuando me lo pediste y cuando no. Te dije que te amaba cada día y no por cumplir sino porque me nacía.

Siempre creí que nuestra comunicación era buena, nos contábamos todo, por lo menos yo lo hacía, siempre había un tema de que hablar y lo mejor de todo puntos de encuentro a pesar de nuestros desacuerdos, sobre todo cuando nos metíamos a discutir de política y deportes.

De verdad no logro comprender por qué llegamos a este punto. Espero algún día entender qué pasó, que alguien me ayude a descifrar por qué putas tuviste que irte, por qué precisamente, en el momento perfecto, te dio por morirte.

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