Pensó que le gustaba todo de ella. Creía que ver su rostro era una
epifanía. Verla caminar y contonear sus caderas era uno de aquellos recuerdos
que no quería olvidar jamás. Su personalidad arrolladora y su inteligencia
absurda con un tema siempre sobre la mesa, no dejaba de sorprenderlo. Sin
embargo, lo que le gustaba realmente era su cara imperfecta y sus lunares en
sitios inimaginados. Le gustaba ese cuerpo con varios kilos de más. Entendió
que le gustaba la mujer real y no a quien su mente idealizaba. Supo que desde
que la conoció empezó a mirarla con los ojos del amor, esos mismos que te
enceguecen.
Admirada
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