No cabe ninguna duda, el 11 de
septiembre y los atentados terroristas sufridos por Estados Unidos marcaron la
historia y la partieron en dos.
Las medidas de seguridad se
extremaron en los aeropuertos y aviones. Obtener una visa para entrar a ese
país se volvió un milagro y de las casi 1000 personas que cada día la
solicitaban, en los años posteriores a los ataques, muy pocas salían con una sonrisa
por el logro alcanzado.
De unos años para acá, el tema se
ha ido normalizando, el rumor es que “ahora la están dando muy fácil” y además,
en el caso de la turística, por 10 años. De igual forma las medidas de
seguridad para cualquier ciudadano que quiera ingresar a ese país son extremas.
Comparto plenamente que sean muy
rígidos con la seguridad. Creo que se viaja lo suficientemente asustado de que
el avión se caiga como para tener que preocuparse también por un secuestro a 30
mil pies de altura ¿para dónde pega uno? Me parece bien que revisen las maletas
(aunque todo el esmero que tres días antes del viaje se puso en empacar y
lograr que todo lo que se quiere llevar quepa y no se pase del peso permitido,
sea destruido en dos minutos) pero en ese momento todos somos sospechosos. Todo
lo que hagan por garantizar la seguridad está bien, porque es mejor prevenir
que lamentar.
Sin embargo, hay cosas ridículas,
aunque supongo son “necesarias”. Hace poco viajé con mi hija y algunos
familiares. Pasamos sin ningún problema cada uno de los filtros de seguridad
instalados en el aeropuerto José María Córdova
ubicado en Ríonegro a 40 minutos de Medellín (con el túnel de Oriente, obra
frenada hace más de un año, quedará a 15 minutos). Estábamos esperando para
abordar y empezaron a llamar con insistencia a Maria Mora. Me pareció curioso que viajara otra persona con nuestro
apellido, pero no le presté mucha atención. Jamás imaginé que realmente a quien
llamaban con tanta urgencia era a Mariana
Mora, mi hija.
Al hacer la fila para abordar y
después de validar su nombre (seguro nunca se dieron cuenta de que habían omitido
dos letras al llamarla) la sacaron a parte y claro, yo como su representante
legal me fui con ella. De todo se me pasó por la cabeza, menos lo que se vino
después.
Una chica muy amable, me explicó
que Mariana, quien cumplirá 7 años en febrero, había sido seleccionada por la
TSA para una prueba que rastrearía en su cuerpo y equipaje de mano, si había tenido contacto con explosivos. Cuando escuché eso, no pude evitar reírme.
La prueba fue sencilla, con una
esponja limpiaron el cierre de su pequeño bolso de mano y un peluche que ella
no desampara. Luego pusieron esa esponja en una maquina que arroja un
resultado. Posteriormente repitieron el procedimiento en sus manos y listo,
pasamos, como era lógico, rumbo al avión.
La TSA es la Transportation
Security Administration (me disculpan la pronunciación) y según me confirmó la
chica que le hizo la prueba a Mariana, selecciona al azar a pasajeros para
estas pruebas. Creo que mi hija no entendió bien qué pasó, aunque traté de
explicarle y luego la situación fue motivo de conversación entre quienes
viajábamos y quienes nos esperaban, creo que para ella fue un juego más y es
mejor así.
Con cabeza fría he pensado en lo
que pasó. Creo que es ridículo que les hagan este tipo de pruebas a menores. Sé
que muchos criminales se aprovechan de los niños para delinquir y evitar
levantar sospechas, pero estoy seguro de que el porcentaje de los que lo hacen
en un vuelo internacional es muy poco, además ¿buscar rastros de explosivos? ¿Será
que íbamos a hacer estallar el avión? No quiero contradecirme, creo que todo lo
que se haga para garantizar seguridad, desde que se encuentre en el marco de la
ley, hay que hacerlo pero esta prueba no tiene sentido.
Los que conocen a mi hija,
coincidirán conmigo en que ella es angelical, no mata una cucaracha porque
incluso ellas le parecen tiernas. Claro eso no tienen por qué saberlo las
autoridades aeroportuarias, no obstante toda esta retahíla es para hacer esta
pregunta: mientras tratan de encontrarle residuos de explosivos a una niña ¿cuántos
verdaderos criminales logran pasarlos, al igual que drogas, armas y quien sabe
qué más cosas?
Post scriptum: al llegar a nuestro destino supimos que la maleta
también se la habían revisado, así que el rastreo fue completo; lo curioso es
que al regresar a Medellín me di cuenta de que la mía también ¿casualidad? ¿O será qué mi hija y yo tenemos perfil de
criminales?
Nunca, quizás, lo sabremos…
@DiegoMorita
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