La campaña para las elecciones al Congreso (marzo 2014) y a la Presidencia (mayo 2014) ya empezó. Con mucha anticipación, eso sí, resultado de la coyuntura que produjo la posibilidad de que Álvaro Uribe encabece una lista al Senado. Muchos de los congresistas que hoy ocupan una curul piensan y se rascan la cabeza analizando las posibilidades de competir con quien, sin duda, es un fenómeno político y electoral en Colombia.
Uribe es coherente y consistente con su discurso, tiene claras sus posiciones y aquello que dice en privado no tiene problema de repetirlo en público sin importar a quién se dirija; su discurso jamás se acomoda según el auditorio, ni a la coyuntura, ni si se acercan unas elecciones.
Es diferente lo que pasa con el político promedio (o político tradicional, léase mañoso, que llaman) a quien le toca, por su incapacidad, acomodarse de acuerdo a su interlocutor. Ofrecer un mercadito aquí, hacer un sancochito allá, prometer unos puesticos allí, todo motivado en un deseo electoral que al final redunda en su propio beneficio y, nuevamente, en la decepción del incauto electorado que creyó y que volvió a ser engañado.
No hay duda, ya estamos en campaña y por la turbulencia que ha generado la creación del Centro Democrático, puedo asegurar que vamos rumbo a disfrutar una de las mejores contiendas electorales en muchos años.
Las campañas sacan a flote lo mejor y lo peor de una sociedad. Para los que aspiran ser elegidos las primeras reuniones giran alrededor de la estrategia, generar valor, fortalecer la imagen, comunicar adecuadamente sus propuestas y mostrar que son diferentes a los demás. Con el pasar de los días y cuando se acerca la fecha de las elecciones, los buenos deseos desaparecen y solo importa conseguir votos. No importa cómo, hay que ganar.
En los electores, renace la esperanza de que las cosas cambien, de que las promesas que les hacen se las cumplan. Algunos siguen atentos a varios candidatos esperando tomar la mejor decisión. No obstante, algunos olvidan todo eso a medida que se acerca el momento de marcar el tarjetón y venden sus principios, venden su voto sin darse cuenta, quizás, de que están vendiendo su dignidad.
Son muchos los políticos que querrán volver al Congreso y otros tantos los que desean llegar por primera vez. En el primer grupo, y aquí me referiré a los que alguna vez expresaron ser “uribistas” y desde el 7 de agosto de 2010 le dieron la espalda al ex presidente prefiriendo disfrutar de la dulce mermelada estatal, encontramos a varios Senadores y Representantes a la Cámara, que mientras Uribe se defendía de los ataques constantes de sus detractores, se quedaron callados y hundieron la cabeza en su caparazón para cubrirse, pero hoy al viajar a sus regiones sacan pecho y lo defienden pues saben (eso creen) que en la contienda serán arrollados sin no endurecen el discurso, si no lo “uribizan”.
Pero los oportunistas no tienen cabida en esta ocasión porque al perro no lo capan dos veces.
Escuchar a algunos políticos en este momento rechazando tajantemente el accionar terrorista de las Farc después de dos años y medio guardando silencio, es la muestra número uno del oportunismo electoral que quieren aprovechar. Y no quiero decir que sea exclusivo de Uribe el rechazo a este grupo, pero quién si no él ha sido su mayor combatiente en todo momento.
Epilogo: esta será una contienda emocionante pero no estará exenta de las viejas prácticas de algunos. Es nuestro deber ciudadano exigir calidad a los candidatos y rechazar (me dirijo a los millones de votantes que creen en las tesis de Uribe) a los que pretendan infiltrarse, disfrazarse de ovejas y engañarnos “uribizando” el discurso.
@DiegoMorita
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