La más innovadora, la mejor sede para eventos, candidata a los juegos olímpicos juveniles 2018, la más “educada”, la primera ciudad del país con Metro, la que tiene el puente urbano más largo, la sede de los juegos suramericanos, la que recibe premios de la ONU. Si, esa es Medellín. Una ciudad llena de contrastes porque también habitan en ella 250 combos criminales que controlan las comunas, que extorsionan a taxistas y conductores de bus, que han dibujado fronteras invisibles y que asesinan a quien las atraviesa, que desplazan y que han convertido a la eterna primavera en un constante infierno.
Hace unos años tuve el inmenso placer y la gran oportunidad de dictar unas clases en diferentes municipios de Antioquia, uno de ellos Ituango, tierra de la cual me enamoré y que he evidenciado en varias columnas anteriores. A solo cinco horas de Medellín, hoy quizás menos por la pavimentación de la carretera o tal vez más si te encuentras con un bus atravesado y pintado con mensajes de las Farc, Ituango es un sitio espectacular, lleno de gente linda, de un gran corazón pero que vivió (los que lograron hacerlo) una violencia desbordada, una batalla entre guerrilla y paramilitares que dejo miles de muertos.
Mis alumnos me contaban que cuando empezaban los combates en el pueblo, este se paralizaba. Se suspendían las clases, se cerraba el comercio y aquellos que no estaban participando de la barbarie, se resguardaban en sus casas. A la mañana siguiente, cuando la “calma” regresaba, el paisaje era desesperanzador: las calles llenas de muertos. Los primeros días, la gente se devolvía a sus hogares, pero con el pasar del tiempo, infortunadamente, los muertos tuvieron que convertirse en algo normal y los ituanguinos entendieron que la vida (para quienes lograban mantenerla) tenía que continuar, así que ya no era una opción devolverse a la casa sino que era más fácil rodear los cadáveres o incluso pasarles por encima.
Los colombianos hemos aprendido a vivir con la violencia. Es normal lo que pasa día a día, incluso muchos cambian el canal cuando empiezan las noticias. Lo que está pasando en Medellín es el reflejo de una sociedad que con los días se ha vuelto indiferente, pues o intenta aportar y generar cambios o sigue con su vida, la mayoría hace lo segundo.
Medellín no tiene Alcalde, es una afirmación muy repetida no solo en la ciudad, también en el país. Dejando de lado el abandono a los programas sociales que tanto éxito tuvieron en el pasado, Aníbal Gaviria ha permitido que la ciudad se sumerja en un abismo de incertidumbre y miedo. No se ve gerencia, no hay medidas efectivas para combatir el crimen y la mejor excusa que encuentra es resaltar a la ciudad como la mejor en…o la número uno para…, mientras todos los días asesinan a más personas.
La segunda ciudad en importancia del país (tal vez la primera en realidad) hoy se encuentra abandonada a su suerte, no hay liderazgo y las medidas adoptadas recientemente poco sirvieron. El Presidente Santos viaja muy seguido a la ciudad, mandó a despachar al General Riaño y al Fiscal y de eso solo quedan las fotos. La reducción de la violencia en la ciudad no se ve, aunque las autoridades intenten hacernos creer que la “disminución” en la cifra de homicidios es directamente proporcional a un nivel bajo de violencia. Medellín ha retrocedido con la actual administración en seguridad y en lo social (muchos programas se dejaron de lado y los que se mantienen perdieron impacto y se redujo su presupuesto) pero ha dado un gran salto en su internacionalización (la meta real de esta administración); no obstante ¿qué quieren los familiares de los muertos? ¿Una ciudad más internacional o una más segura?
Sin duda, y a falta de 2 años y medio para que termine su mandato, la administración Gaviria en Medellín ya se puede catalogar como la menos efectiva desde que los alcaldes se eligen por votación popular. No tiene una sola obra propia (las que ha inaugurado venían de la alcaldía de Salazar), la falta de planeación para implementar medidas se nota a leguas con el cobro del impuesto predial y la valorización, el Proyecto de Acuerdo con el que se aprobó la fusión de UNE tiene un manto, muy negro, de duda a sus espaldas y claro, una ciudad peligrosa en todas partes y a todas horas, le otorgan sin duda el primer lugar (de lo malo, por supuesto).
Medellín necesita un cambio de rumbo urgente, un timonel que lidere las verdaderas transformaciones que la ciudad requiere: 1. Seguridad: con ella internacionalizar la ciudad será un juego de niños. 2. Lo social: hay que retomar los programas que se venían implementando y fortalecerlos (niños, jóvenes y personas mayores vulnerables deben ser atendidos de forma digna). ¿Se anima Alcalde Aníbal Gaviria?
Post scriptum: en Bogotá están a punto de revocar a Petro (aunque será muy difícil lograr la votación necesaria), en otras ciudades se ha tratado, pero el proceso es complejo (claramente diseñado para que no pase jamás), ¿será el momento de intentarlo en Medellín? Ahí les dejo esa inquietud!
@DiegoMorita