¿Quién es peor: el que compra o el que vende el voto?
Con seguridad esta pregunta puede generar (quizás ya lo hizo) un debate moral motivado por el cansancio electoral que nos embarga a los colombianos cada cuatro años.
Quién compre votos siempre existirá. Es imposible erradicar esa mala práctica en un país en el que la Ley no se respeta y la justicia no funciona. El delito denominado "corrupción al elector" solo sirve de titular en los medios.
Quién venda su voto también habrá, pero este número es posible disminuirlo. No es fácil, es casi imposible, pero ese "casi", en este caso, es sinónimo de esperanza y por eso lo podemos lograr.
¿Cómo? No tengo una respuesta. Esta columna no es un espacio mágico que pretenda resolver un problema que está arraigado en lo profundo de nuestro ser, es solo un ejercicio de reflexión motivado por los resultados del pasado 9 de marzo.
Sonará trillado, pero es real: los colombianos padecemos un problema que deriva en miles más y es cultural. No le encuentro otra explicación a lo absurdo de la escena de alguien vendiendo su conciencia, su dignidad.
En Colombia el voto vale un tamal o dos tejas. Quizá un sanitario o 30 mil pesos. En época de elecciones la oferta es variable y se acomoda fácilmente al que no le importa venderse y nublar su posibilidad de un futuro mejor. Ese que espera cada cuatro años a que llegue la mejor oferta. El mismo que luego se queja, que no ve progreso en su comunidad y que incluso protesta porque esos gobernantes no hacen nada.
Es decepcionante ver que entre elecciones pasan cuatro años, que los candidatos cambian (no con la rapidez que quisiéramos, solo vean a Gerlein), que el mundo avanza, las políticas se transforman, el país exige cambios, pero las malas prácticas electorales son recurrentes, visibles y al final se imponen.
Algunas cosas que vimos los colombianos en las recientes elecciones al Congreso no tienen lógica. Es imposible que un candidato que en cuatro años en el Senado presentó dos proyectos de Ley (declarar patrimonio histórico y cultural a un colegio y a las fiestas de su pueblo) como por arte de magia doble su votación. El manto de duda está tendido, les corresponde a las autoridades aclarar este y otros casos denunciados. No podemos seguir perdiendo la fe en nuestra democracia.
Por último: votar, más que un derecho es un deber. Entonces ¿por qué no es obligatorio? Es hora de abordar este debate con la seriedad que el futuro de un país merece y empezar, tal vez, a disminuir el número de personas que venden la democracia.
@DiegoMorita
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/E/el_valor_del_voto/el_valor_del_voto.asp
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