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lunes, 6 de junio de 2022

Crónica de una maestría que pensé estaba maldita

¡Por fin! Dos palabras que resumen mi trasegar hasta hoy con esta maestría.


Diez años. Una década. Tres mil seiscientos días. Eso tardé en graduarme. No me siento orgulloso, solo aliviado.


Aquí un resumen de este desastre: empecé la maestría, escogí un tema para investigar, el tema iba más allá de mi comprensión. Luego, me aceptaron como maestrando co-investigador en un proyecto, oportunidad única para salir de la investigación rápido. La desaproveché, me dormí en mi pereza mental para profundizar en un tema que no me interesaba. Cuando me di cuenta, estaba fuera del proyecto. 


Empezar de nuevo, pensar qué investigar, decepcionarme de mi falta de capacidad intelectual. Dejar que pase el tiempo. Terminar materias. Dedicarme a trabajar, ir aplazando la investigación. Más trabajo, viajes. Cada día pensaba menos en la tarea pendiente. 


Tres años después, la hoja en blanco. Ni tema ni ganas. Una alerta a través del correo: fecha límite para presentar el trabajo, de lo contrario hay que volver a matricular el cuarto semestre y claro, pagarlo. Hago cuentas: 8 millones de pesos más o menos. Decido dejarlo así, ni ganas y mucho menos esa cantidad de plata.


Pasan un par de años, hago otra maestría (bobadas de uno, pero había que aprovechar la oportunidad), la termino y me gradúo en dos años (algo habré aprendido, de la experiencia anterior, obvio) y ese 5 de abril de 2019 pienso: ¿y si acabo la otra maestría? La respuesta es sí. Averiguo, me vuelvo a matricular, pago (¡ay dolor!) y arranco.


Me pongo metas de entrega de la investigación. Los asesores se apiadan de mí y me ayudan mucho. Un par de amigos también se apiadan y me dan la mano con el método, buscando bibliografía, dándome ánimos. Avanzo.


Llega el 2020. Pandemia. Tendría que haber avanzado, pero no lo hice. Me dedique a asustarme los primeros seis meses con las cifras y a leer como sino hubiera un mañana. Cuando decido retomar se me había pasado el plazo de entrega. Solicito una prórroga y me la aceptan. Acelero y logro terminar. Envío para revisión, me la devuelven con 1500 comentarios, tal vez eran 2800 o 20, no recuerdo bien. Me desanimo, pero no podía desfallecer, ya estaba más cerca. 


Hago los ajustes. Envío de nuevo. Más correcciones. Procedo. Un par de entregas más, ajustes mínimos. Investigación aprobada. Qué emoción tan doble hp.


Me programan la sustentación. Me asusto mucho. Me preparo, procuro no dejar nada al azar. Llega el día. Tengo 40 minutos y pienso que es mucho tiempo, lo que tengo para decir sale en 20. Mentiras. Me avisan que faltan 5 minutos y yo apenas por la mitad. Embuto la información a las malas y termino. Los jurados me felicitan y me hacen un par de preguntas fáciles de responder. Nota de la sustentación: 4.5. Meta cumplida.


Empiezo de inmediato los trámites para graduarme y claro no podía ser fácil. Me faltaba acreditar the second fucking languaje. ¿y ahora qué shit hago? Nada más y nada menos que tres cursos intensivos. Vida damn. 


Pago el primer curso. Lo paso sin mayores inconvenientes. Nunca me ha gustado el inglés, me negué a mi mismo a aprenderlo (sí, es una estupidez y más por mi profesión, pero ni modo), eso sí le puse empeño porque no me iba a dejar de graduar por eso. 


Se acaba 2021 y en febrero/marzo de 2022 hago los otros dos cursos. Los gano con buena nota. Coroneichon the english. Retomo los trámites, lleno formularios y cuando pensé que todo estaba listo, el día antes de que se cerrara el plazo para poder quedar inscrito al grado, me aparece una deuda en la biblioteca.


Coma gran doble y triple de la que ya sabemos… no puede ser. ¿Una deuda en la biblioteca? Imposible, pienso, pero no tengo tiempo de pelear. Averiguo el valor, $23.100, lo pago, envío el comprobante y me confirman que quedo a paz y salvo e inscrito para graduarme el 3 de junio de mi maestría en Comunicación. ¡Sí era posible!


Una montaña rusa todo este proceso. Proceso que saqué adelante por puro ego, pero que era necesario, en la vida ciertas cosas no se pueden dejar abiertas o abandonadas.


Gracias a todos los que me ayudaron: Carlos Berrío y Alejandro Alzate, los asesores. Santiago y Cristian, amigos que empujaron y aportaron en la investigación. Mariana y Laura que me dieron la mano con el inglés. A mi mamá y mi papá por su apoyo de siempre en todos los aspectos. A los compañeros de estudio, que se alegraron con la noticia y con los que espero podamos reencontrarnos para celebrar.


Un abrazo hasta el más allá para Hernán, que decidió irse con prontitud y al que recordamos con todo el cariño por su seriedad, profesionalismo y buen humor.


Y gracias a quien se me escape nombrar, pero que de alguna manera haya aportado para que consiguiera este diploma, el cual ya tiene su lugar reservado en lo más alto de mi closet, debajo de las almohadas.


Por último, gracias al Diego Mora de 2012, 2014, 2017, 2018 por todas las veces que me repitió que no lo iba a lograr, te dije que estabas equivocado.


Chao.

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