El fútbol nos permite olvidar. Son noventa minutos en los que nada más importa, no pensamos en cosa distinta y permitimos que otros temas pasen de largo aun cuando sabemos que la vida continúa, que los problemas siguen creciendo, que en las calles la gente sigue muriendo, que los criminales siguen delinquiendo y los niños continúan siendo maltratados. El fútbol es nuestro mejor laxante, porque con él expulsamos de nuestro ser todo lo malo, y así sea por una hora y media, sin importar el resultado, vivimos en un mundo ideal.
Y es el mismo fútbol, que nos separa semana a semana con cada partido de la liga local, el que lleva a los hinchas (en muchos casos vándalos y criminales) a matarse entre sí por defender un color, por el equipo de sus amores, de su vida (y muerte), el que nos brinda la posibilidad de hacer catarsis y defender una misma camiseta, besar nuestra bandera, cantar el himno (ese mismo que se ignora en todos los estadios del país) con toda la fuerza de nuestra alma y gritar los goles como si no hubiera un mañana.
Es el fútbol nuestro deporte nacional. Ningún otro nos congrega con tanta regularidad. Cada tanto somos expertos en ciclismo, salto triple, tenis o automovilismo, pero siempre tendremos a un director técnico latente y hablaremos con propiedad de la táctica a seguir en el próximo partido, la nómina a utilizar y los cuidados a tener con el equipo contrario. Sufriremos como nadie desde la tribuna o frente al televisor y crucificaremos al arquero por ese error que nos costó un gol, al delantero por fallar en la definición y al árbitro por no expulsar al contrario que cometió una falta violenta. Siempre creeremos que nosotros pudimos hacerlo mejor.
Esta Selección Colombia que regresa de Brasil, y que es recibida con todos los honores, nos cambió el chip. Volvimos a creer, soñamos despiertos ante el buen juego y, a diferencia del pasado ante la derrota, sentimos la tristeza normal de quien pierde pero no la decepción a la que nos habíamos acostumbrado. Estos 23 jugadores y su cuerpo técnico no hicieron historia en Brasil, sino que empezaron a reescribir las páginas del fútbol colombiano, algo que 47 millones de habitantes no nos cansaremos de agradecer.
Por último: la Federación Colombiana de Fútbol debe asegurar la continuidad del proyecto Pékerman. Consigan el dinero y renuévenle el contrato, sino lo logran, hagan una vaca en todo el país y entre todos recogemos, con gusto, lo que haga falta, aunque sabemos que jamás tendremos con qué pagarle la felicidad que nos hizo sentir, porque ella no tiene precio.
@DiegoMorita
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